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Miss Soledad

"Si se ha acabado el día, si ya no cantan

los pájaros, si el viento rendido ha flojeado,

cúbreme bien con el manto de la sombra,

como has cubierto a la tierra

con el sueño..."

Rabrindranaz Tagore  "Ofrenda Lírica" cl. 24

 

Ahí va, la Dama de las basuras,

Condesa de Luna,

excelentísima abogada de la vida

en los duros años de pobreza.

Máximo exponente de la belleza

del treinta y cinco en Cartagena,

miss de los gatos,

miss de los perros,

miss de sus kilos de cartones,

miss de los cartageneros,

miss de las minas de La Unión

de otras tantas en Mazarrón,

miss de los mineros,

miss de refinada y exquisita educación.

Miss con chofer de ida y vuelta

para su enjuto cuerpo,

miss de la Soledad

del Barrio del Carmen,

de Trapería, Santo Domingo

y el Puente Viejo

que la obligaba a santiguarse

por el camino de regreso

a ninguna parte.

Propietaria de esto y aquello

en el más puro silencio.

Doña Pura de Luna: madre.

... Madre no hay más que una,

de su sombra con apellidos y nombre

aristocráticos,

ella y su sombra hecha hombre,

del brazo,

realidad y leyenda entre las gentes,

arcano,

secreto bien guardado,

te llevaste de escaso equipaje

tus jóvenes andanzas madrileñas,

el cómo, el por qué y el cuando

decidiste vivir como indigente

sin llegar a pedir limosna.

Purificación, de cuerpo presente

esperó a que bajara la Virgen

de la Fuensanta

y no me sorprende

que tan sólo treinta humanos

de alma carmelitana

fueran a despedirte.

Y nosotros,

herederos de tu historia,

herederos de tu sombra,

herederos de tus basuras,

de tu aparente locura,

herederos de tus entrevistas,

herederos de tus parques,

de tus rincones de Murcia.

Herederos, querida Doña Pura

de su título de Condesa

de la inmensa Soledad,

su leyenda viva,

su viva realidad.

Espero que Dios le premie

con unas zapatillas nuevas

para que pueda usted recoger

los kilos de plumas

que pierden los ángeles

cuando agitan sus alas,

que Dios se encargará de hacer

almohadas para los pies

de los indigentes del mundo.

 

 

Con el grito en el cielo

Domingo recuerdo que era,

radiante y esplendoroso

de un octubre, caluroso,

parecido a la primavera.

¡Cómo pasa el tiempo!, decimos

cuando algo que nos atrapó

renace en el pensamiento.

Casi tres años de desconsuelo

sin tu alegría de maestra

en El Ranero.

Un octubre que vistió de negro tu casa,

tus dos hijos pequeños,

¡maldita bicicleta!,

¡maldito asfalto negro!

Te regalé mis palabras,

mi mirada,

mientras estabas tendida allí,

en el suelo,

pues mi alma sobrecogida

no pudo mover ni un dedo.

Y a tu chiquitín que pedía

su mamá con el grito en el cielo

no pude calmarle el dolor,

no tuve valor, Consuelo.

Hoy, casi tres años más tarde

quisiera cubrir tu hueco

con este poema en memoria

de tu generoso ejemplo.

Dejaste escrito

a modo de testamento

(por si algún día la muerte

te visitaba antes de tiempo)

renacer en otras vidas,

mantener vivo el recuerdo.

Y así fue,

tu gran corazón voló

para latir en Santander,

tu mirada a Barcelona

perspectiva para soñar,

otros aires tiene Madrid,

aires de libertad.

Y mi vida

de ángel roto en mil pedazos,

de manos ajadas,

de vacíos brazos,

de palabras huecas,

sigue arrodillada en el asfalto

de la carretera que une

a Murcia con Espinardo.

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