No
tengo
el
alma
viajera,
y
es
por
eso,
que
este
rectángulo
blanco
acolchado
es
mi
paraíso.
Mis
senos
oculares
aprecian
aún
los
colores
de
la
memoria,
y
no
en
vano,
rebobino
un
corto
en
ocho
para
hacer
mis
días
más
leves.
Las
brumas
de
enero
calan
todos
mis
huesos
y
es
cuando
echo
de
menos
las
tardes
de
paseo
por
la
senda
hasta
la
vía,
para
palpar
la
yema,
o
pintar
el
cerco
blanquiazul,
anticaracolero,
en
la
justa
mitad.
Luego
de
vuelta
cualquier
florecilla
en
el
ojal
impregnaba
de
aromas
el
cuerpo.
Ya
en
casa,
el
olor
del
barro
pegado
al
zapato
viejo
era
la
pesadumbre
del
día.
¡Afuera
se
oyen
pasos!...
¿Son
cuatro
patas?...
¿creo?.
¡Vaya
por
Dios,
mi
perro!.
¡Estás
más
flaco!,
¡quién
lo
diría!,
La
"torcía"
y
el
"hueso
del
candil"
relamías
si
era
conejo.
Ahora,
el
arroz
blanco,
sin
sal,
dietético,
pues
ha
llegado
la
moda
de
parecerse
a
los
muertos.
Notas:
la
torcía
se
refiere
a
las
patas
del
conejo
y
el
hueso
del
candil,
equivale
a
la
cadera
del
conejo,
utilizado
este
en
un
ritual
para
cortar
el
mal
de
ojo,
donde
se
cuelga
el
candil.
Mercedes
Piqueras
Mateo
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