A
la memoria de mi abuelo D. JOAQUÍN MATEO CONTRERAS, alias "el manco"
debido a que perdió la movilidad del brazo izquierdo en la Guerra Civil Española,
nacido el 26 de Febrero de 1914 y fallecido el 28 de Enero del 2002. DEP.
A la
memoria de ANTONIA MARTÍNEZ VICENTE, alias "la morena", porque su
parecido físico, a las mujeres de Julio Romero de Torres, era increíble.
Nacida el 13 de Febrero de 1917 y fallecida el 20 de Febrero del 2002.
DEP.
Su
amor por su esposo fue más grande que las ganas de vivir por nosotros.
Allí,
entre el ir y venir de gentes, familiares y amigos, he estado velando tu
última tarde, como tú hacías conmigo. Mis ojos enjugados en lágrimas
te han leído en el silencio "Un ser de lejanías". Tú, también
fuiste lejano algunas veces.
Has sido para mí más que mi abuelito, mi padre, y de sobra se, que
siempre fui la niña de tus ojos. Me enseñaste tantas cosas que,
enumerarlas ahora con la opresión de mi pecho, me resultaría imposible.
Fuiste mi primer maestro. También mi rey mago. Jugábamos a las cartas
los domingos por la tarde y ambos teníamos mal perder. Me enseñaste,
entre castaña y castaña asada en la lumbre de tu chimenea, muchos
refranes y me contaste cuentos que nunca leí en los libros, una y otra
vez, porque yo era incansable.
Recuerdo que un día te vi pasar en la bicicleta, desde el patio del
colegio, y te grité ¡abuelito!, y tu miraste y caíste de la bici.
Estuviste muy enfermo por mi culpa.
Me columpiaste en tus higueras, y me mojé los pies en tus brazales.
Siempre me comí los mejores frutos de tu huerta: albaricoques, ciruelas,
granadas, melocotones, higos de higuera e higos de pala, etc.
Al cabo de un tiempo, tus ojos se empañaron de tinieblas y entonces yo
era tu lazarillo. Pasaste así muchos años, dibujando tu risa cuando oías
mi voz, abuelito. Yo te mondaba la fruta y te daba la pastilla del corazón.
Te ponía la televisión bien fuerte para que oyeras las cosas del mundo.
Luego te llevaba al porche de la esquina, con tus vecinos y era yo quien
te leía los cuentos o te recitaba en panocho. La abuela decía entonces
que yo había sacado la gracia de su madre "la Juana del Pino de La
Loma".
Pasaron los años, y un imprevisto día tus ojos volvieron a ver los
colores y las personas. A la abuela le dijiste que estaba muy arrugada y
se enfadó. A mi madre, lo mucho que había crecido la cría, porque en tu
mente quedé paralizada en el tiempo. Te dio rabia verme hecha toda una
mujer. Pero yo seguía pidiéndote los cuentos y tú me complacías.
Tenías "la pena mora" al ver como mis primas se casaban y vivían
felices, y el tiempo transcurría con vacío para mi corazón. Siempre te
ponía la excusa de un refrán: lo que sale no conviene y lo que conviene
no sale, abuelito.
Te afeitaba cada sábado y me dabas la paga del barbero. Los huertos se
secaron. Las higueras de las que estabas orgulloso, se fueron apagando
contigo. Y me mandabas como estila el refrán por tu santo, a coger los
primeros higos.
Tu vida fue un sin vivir cuando la abuela enfermó gravemente. La edad
derrotó a la razón, y ésta te derrotó a ti. Sin enfermedad aparente más
que morirse de amor por amor a la abuela, a tus hijos y a mí, te consumió
abuelito.
Hoy desde el silencio te he leído el primer capítulo de "Un ser de
lejanías" de Francisco Umbral, ese que te daba risa cuando yo repetía
con voz hombruna "¡aquí hemos venido a hablar de mi libro!".
".....Me resisto a la cuenta atrás o adelante de los años, de los
tiempos. No hay otra salvación que el presente, el presente es todo mío
y me moriré en presente, con este viento alto, marinero en seco, este sol
intemporal y este lujo de verdor que debe tener incendiados y alegres los
cementerios.
Vive el presente en el jardín, coronado de pinos y nubes...."
En este homenaje particular quiero dedicarte una vez más el poema que le
escribí a tus higueras: verdal, mantinenca y torera.
LA HIGUERA
Siento a veces como la nostalgia
se acomoda entre las faldas del presente,
viene, sin que nada ni nadie la tiente,
viene, como por arte de magia.
Trae consigo recónditos momentos,
esencia de azahar de los calurosos días,
la higuera, testigo mudo de algarabías
extendía sus robustas ramas al viento.
Y a nosotros, cuyo entretenimiento mayor:
balancearnos incansablemente en una maroma
ajenos a la historia de su hermana la soga
que fueron juez y juicio del magnánimo Dios.
Odiado y mísero árbol de otros tiempos,
los niños buscábamos la miel de tus higos en flor
como lágrimas de cera, entre tanto verdor,
quisiste asomarte hoy, a mi pensamiento.
No es fea la higuera, por su maldición,
aún sin riego, siempre fuiste árbol frondoso,
el paraguas de los días calurosos
como humilde penitencia a tu perdón.
Era la camisa manga-larga más raída, la propicia,
la que en San Joaquín y Sta. Ana esperaba la ocasión,
pues así lo apuntaba el primer renglón,
gustar del manjar que ofrecía la novicia.
Erguidas estuvieron siempre las tres higueras,
como tres robles surcaban las puestas de sol.
A nadie le importó nuestro inmenso dolor
con el negro plan general de carreteras.
Tan sólo pudiste conservar una, agreste.
Yo he querido mantener viva tu memoria
contando a todos nuestra larga historia
para que nadie diga "qué arbolito es este".
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