Aquí
tienes una muestra de uno de los muchos textos que leí en Onda Regional, y que
vieron la luz en la sección que el periódico LA OPINIÓN dedica semanalmente
al programa de radio de Onda Regional "La edad de Oro".
El
oyente - Por Mercedes Piqueras Mateo, contertulia de "La edad de Oro"
Lunes, 18 de Diciembre de 2000
NAVIDADES
JUNTO A LOS ABUELOS
A mis
abuelos Joaquín y Antonia, por la sabiduría que me habéis dado. Al programa
de Caja Murcia y LA OPINIÓN, "La edad de Oro", en sintonía de Onda
Regional, porque sigue siendo el corazón donde podemos hacer palpitar nuestros
pensamientos, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas. De todo corazón:
gracias.
Uno
de los tiempos más felices de mi infancia fue la Navidad. Siempre
comenzaba a primeros de diciembre porque se elaboraban dulces típicos
de las fechas: perifollos, cordiales, tortas de pascua y mantecados.
Recuerdo que pasaba las tardes moliendo almendra en una máquina muy
antigua, pero antes ya me había comido dos puñados calientitos del
horno.
Luego, hacía algo que me encantaba: cortar los papelillos y hacerles
los flecos a los perifollos. Me asaban castañas a la lumbre de la
chimenea y cuando cogía las tenazas me decía aquello de "esta
noche te harás pis en la cama".
Ya bien entrada la Navidad se decoraban todas las lámparas con cintas
de colores y montábamos un belén con río de papel de plata en el
aparador del comedor. Mi abuelo buscaba alguna caña de escoba para
hacer una castañeta. Las panderetas tenían muchas cintitas de colores
como mis postizas de la jota, y la botella de anís con el dibujo
bastante rugoso, y la llave antigua del arca , y la campanilla de la
misma botella.
Mi abuela cantaba la primera estrofa y nosotros, hijos y nietos, seguíamos
a modo de coro, antes y después de la cena. A mí me producía tanta
emoción que me dolían las mejillas de tanto reírme. No veía la
manera de evitar la cama. Pedíamos el aguinaldo a cambio de besos. 500
pesetas era mucho dinero para tan pocos besos. También íbamos a ver el
mensaje del Rey a casa de un vecino que tenía televisor en blanco y
negro. La mujer del vecino nos acompañaba con el almirez cuando cantábamos
villancicos. Después mis primos mayores se iban con las novias a misa
de gallo.
La uva de nochevieja era de la parra de mi abuelo. Yo le quitaba la piel
y las pepitas para no atragantarme. Las vísperas de reyes mis abuelos
cambiaban de identidad y se convertían en nuestros magos de oriente
particulares.
Con el paso del tiempo mis abuelos se han hecho muy mayores y han
llegado los achaques. Ahora las navidades son distintas. No hay belén,
ni cordiales caseros, ni villancicos, ni almirez, ni uvas, ni reyes. Sólo
hay besos. Los besos de una niña que por falta de conocimiento no supe
devolverles sin que los compraran.
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